En los rincones más oscuros de la imaginación humana, han surgido historias de árboles gigantes hechos de silicio, supuestos colosos antediluvianos y presuntamente mencionados en la Biblia.
Esta narrativa circula en foros de pseudociencia y redes sociales, aseveran que en eras pasadas existieron árboles masivos compuestos de silicio, capaces de alcanzar alturas de kilómetros. También se asevera que estos árboles son mencionados en la Biblia así como en tradiciones de muchos pueblos. Como evidencia se presentan numerosas imágenes de montañas que parecen troncos cortados de gigantescos árboles.
¿Qué dice la ciencia al respecto? Tomemos cada argumento y procedamos a analizarlo.
La biología no respalda árboles hechos de Silicio

Los árboles son organismos vivos que dependen de la fotosíntesis, un proceso que usa clorofila y agua para convertir la luz solar en energía. A su vez consume dióxido de carbono para formar su estructura, conformada principalmente por carbono, hidrógeno, oxígeno y otros elementos orgánicos, organizados en moléculas como la celulosa.
El silicio, aunque presente en pequeñas cantidades en algunas plantas (como refuerzo en las paredes celulares de gramíneas), no tiene la capacidad de formar estructuras complejas como troncos o ramas. A diferencia del carbono, que forma enlaces estables y versátiles en cadenas largas. El silicio tiende a crear compuestos rígidos y menos flexibles como arenas, cristales y rocas que no pueden formar un organismo vivo complejo ni el transporte de nutrientes.
¿Puede el silicio formar vida en otros planetas? parece improbable, pero al menos en este no se ha encontrado evidencia.
La física no respalda árboles de grandes alturas
Los defensores del mito afirman las secuoyas soportan sus creencias siendo los árboles más altos. Sin embargo, la física demuestra que incluso los árboles más altos de la Tierra, como los secuoyas que alcanzan los 115 metros, dependen de un equilibrio delicado entre la resistencia de la madera y la presión del agua en su sistema vascular.
El cálculo de Koch y su equipo establece que la altura máxima de los árboles está limitada por la resistencia mecánica de la madera y la presión hidráulica del agua, sugiriendo que no pueden superar aproximadamente 122-130 metros debido a la gravedad y la incapacidad de transportar agua a mayores alturas sin que colapsen sus tejidos.
Es probable que en otros planetas con condiciones de gravedad y presión atmosférica distintas, así como una biología distinta puedan existir estructuras árboreas mucho más grandes, pero esto también está dentro del territorio de la especulación.
La paleontología: no todo lo que parece tronco lo es

Si los árboles gigantes de silicio hubieran existido, deberíamos encontrar restos fósiles que los respalden. La paleobotánica, que estudia plantas prehistóricas, ha documentado una amplia variedad de árboles antiguos, como los lepidodendros del Carbonífero, que alcanzaban los 40 metros. Sin embargo, ningún fósil sugiere estructuras orgánicas de silicio.
El fósil más grande de un árbol yace en el Parque Nacional del Bosque Petrificado de Tailandia donde han sido descubiertos árboles impresionantes que vivieron hace unos ochocientos mil años, el más largo encontrado tiene 72 metros, y extrapolando su altura cuando estaba vivo y tenía copa, bien pudiera haber superado los 100 metros de altura. De este fósil pueden distinguirse perfectamente la corteza del tronco, los anillos de crecimiento, las raíces y ramas del arbol.
Los depósitos de sílice en la corteza terrestre, como los encontrados en algunas formaciones rocosas, son el resultado de procesos geológicos, pero no originados por organismos vivos. La ausencia total de evidencia fósil es un golpe definitivo contra esta teoría.
La geología: Un mito nacido de la confusión

El origen de este mito podría estar en la confusión con formaciones naturales como los pilares de roca o las columnas basálticas, que a veces se asemejan a troncos petrificados. Sin embargo, trasladar estas ideas a la Tierra sin pruebas es un salto injustificado. La biología y la geología coinciden: los árboles, gigantes o no, siempre han sido organismos basados en carbono.
Usualmente se señala a Devil’s Tower como prueba de la existencia de tales árboles gigantes; pero el análisis de roca señala que este monte está constituido por rocas porfiríticas, de orígen ígneo, un tipo de granito con cristales gruesos de feldespato y cuarzo dispersos en silicatos. Absolutamente nada de origen biológico. La evidencia aquí no admite discusión.

La vulcanología demuestra que las estructuras indicadas como troncos cortados en realidad son conductos de lava de volcanes extintos, estos conductos contienen endurecida lava volcánica que resistió a la erosión de millones de años que eliminó las laderas del cono dejando atrás una chimenea vertical endurecida. En otros casos como Devil’s Tower, se trata de lacolitos, es decir, rocas ígneas que emergieron en la corteza sin formar un volcán y la erosión posterior las descubrió, eliminando las capas más suaves de roca y revelando la dura roca ígnea interior.
La mineralogía, ciencia que analiza las muestras de rocas, entre ellas la de supuestos árboles, demuestran el origen ígneo de las mismas, es decir, los elementos presentes en el magma son el oxígeno y el silicio, aluminio, hierro, calcio, sodio, magnesio y potasio. Siendo el contenido de sílice (SiO2) el factor principal que determina las propiedades físicas del magma. El mismo análisis puede hacerse con cualquier roca obtenida de, digamos, el peñón de Gibraltar en España también señalado como un “tronco antiguo”, o del monte Roraima. En todos los casos se tratan de rocas ígneas, sedimentarias o metamórficas, pero no de origen orgánico a excepción de los fósiles que pueden hallarse en rocas sedimentarias.

En un análisis a través de microscopio se puede observar la estructura celular de un árbol fósil comparada con una roca basáltica extraída de un cuello volcánico señalado como “árbol gigante”. Eventualmente, ambos análisis mientras más magnitud más van a revelar la composición mineral de las muestras, sin embargo, el análisis de una roca ígneo siempre presentará una estructura caótica de los minerales que la componen.
Otra de las evidencias presentadas, es la del cráter Seongsan Ilchulbong y estructuras similares, que a todas luces y sin abrir un libro de geología, son evidentemente cráteres volcánicos. Este en particular tiene flancos erosionados por el oleaje de milenios que forman fuertes acantilados dándoles forma de un tronco cortado. Pero su historia volcánica se conoce a detalle, se originó de una erupción submarina en su flanco este hace 6.500 años aproximadamente, luego el magma se abrió paso hasta formar el cono volcánico actual que fue erosionado por el oleaje hasta darle su forma actual.
El relato bíblico: todo fue un sueño

La Biblia, un texto de fe no de ciencia y lleno de analogías, parábolas y simbolismo, describe árboles de gran tamaño en varios pasajes, de manera simbólica o profética, representando poder, realeza o juicio divino. Estos “árboles gigantes” no son literales en todos los casos. A continuación, los pasajes más relevantes explicados:
Jueces 9:8-15: En una parábola, los árboles buscan un rey y describen al olivo, la higuera y la vid como grandes y productivos, destacando su tamaño y utilidad en una fábula sobre liderazgo.
Daniel 4:10-22: En el sueño del rey Nabucodonosor, interpretado por Daniel, se describe un árbol enorme y robusto que crece hasta tocar el cielo, visible desde todos los confines de la tierra, con ramas que dan sombra a bestias y frutos para todos. Simboliza el reino del rey, que será cortado por su orgullo.
Ezequiel 31:3-9: Dios compara al faraón de Egipto con un cedro del Líbano, el más alto y frondoso de los árboles, cuyas raíces bebían de abundantes aguas y cuya copa cubría las nubes. Representa la grandeza de Egipto antes de su caída.
Génesis 2:9 y Ezequiel 31:9: Se alude al “árbol del Edén” como el más hermoso y alto de todos, plantado por Dios en el jardín, simbolizando la perfección primordial de la creación.
Conclusiones
El mito de los árboles gigantes de silicio es un relato alucinante carente de sustento científico e histórico, la Biblia tampoco lo afirma si bien usa analogías sobre estos árboles. La biología no sustenta su existencia ni composición, la física demuestra que la altura de los árboles tiene límites, la paleontología no encuentra rastros de ellos, y la geología refuta claramente las “evidencia demostrando que lo que parece un tronco de árbol son en realidad conductos volcánicos. Todos los datos apuntan a una conclusión clara: no existieron.

