Un estudio reveló por primera vez la presencia de un ameloblastoma, un tumor benigno en la mandíbula, en el registro fósil de un dinosaurio.
El espécimen pertenece a Telmatosaurus transsylvanicus, un hadrosauroide no hadrosáurido avanzado del Cretácico Superior encontrado en la Cuenca de Hațeg, en Rumania. Este hallazgo no solo amplía el conocimiento sobre las enfermedades en dinosaurios, sino que también ofrece valiosas perspectivas para la investigación moderna del cáncer, al proporcionar indicios sobre la evolución de los tumores a lo largo de millones de años.
El ameloblastoma es un neoplasma benigno que afecta principalmente la mandíbula y se origina en tejidos odontogénicos (relacionados con los dientes). En el fósil estudiado, los investigadores –liderados por Mihai D. Dumbravă de la Universidad Babeș-Bolyai y un equipo internacional– identificaron una deformidad facial en las mandíbulas inferiores preservadas, con una protuberancia patológica cuya ubicación, apariencia externa y estructura interna (analizada mediante tomografías computarizadas) coinciden con las características de un ameloblastoma. Este tumor, aunque no maligno, puede ser agresivo localmente y requiere cirugía en humanos modernos.
¿Cómo puede este descubrimiento ayudar en la lucha contra el cáncer? Según expertos en paleopatología y oncología comparativa, el estudio de tumores antiguos como este permite trazar la historia evolutiva de las enfermedades neoplásicas. Al confirmar que los hadrosauroides basales ya presentaban predisposición a patologías tumorales, se abre la puerta a investigaciones genéticas sobre mecanismos conservados en la formación de tumores a lo largo de la evolución. Por ejemplo, entender por qué ciertos clados de dinosaurios eran propensos a neoplasias en la mandíbula podría revelar paralelos con predisposiciones genéticas en mamíferos, incluidos los humanos, donde el ameloblastoma afecta predominantemente la mandíbula inferior.

Además, este hallazgo contribuye a la oncología comparativa, un campo que compara cánceres en diferentes especies para identificar patrones universales. Estudios recientes, como los que analizan proteínas preservadas en fósiles de dinosaurios, han mostrado que los tumores antiguos pueden ofrecer pistas sobre cómo el cáncer ha evolucionado, potencialmente identificando vías moleculares antiguas que podrían ser objetivos para nuevos tratamientos. “Reconocer tumores en dinosaurios nos ayuda a completar el rompecabezas de los bloques moleculares del cáncer”, señalan investigadores en publicaciones recientes, destacando cómo estos descubrimientos paleontológicos pueden inspirar terapias innovadoras al revelar estrategias de supervivencia a enfermedades en animales extintos de gran tamaño y longevidad.
Aunque el ameloblastoma es benigno, su estudio en contextos fósiles resalta la antigüedad de los procesos tumorales y subraya la importancia de factores ambientales o genéticos compartidos a través del tiempo. Este avance no solo enriquece la paleontología, sino que también motiva colaboraciones entre paleontólogos y oncólogos para explorar cómo las patologías prehistóricas pueden informar tratamientos actuales, como cirugías más precisas o terapias dirigidas contra tumores odontogénicos.
Con información de revista Nature

