Un análisis osteológico reciente ha revelado marcas de mordida de un león en un esqueleto romano hallado en el yacimiento de Driffield Terrace, en York.
Este hallazgo proporciona la primera evidencia física de combates gladiatorios entre humanos y grandes felinos en las provincias del Imperio Romano, incluyendo las remotas fronteras de Britania.
El yacimiento de Driffield Terrace, excavado entre 2004 y 2005 por el York Archaeological Trust, es considerado uno de los cementerios de gladiadores mejor preservados del mundo. Bajo los jardines de unas casas victorianas, los arqueólogos desenterraron 82 esqueletos de hombres jóvenes y robustos, la mayoría decapitados de manera ritual, con los cráneos colocados entre sus piernas, pies o pechos. Estos entierros, datados entre los siglos I y IV d.C., muestran signos de lesiones graves y curadas, como fracturas musculares y traumas por impactos repetidos, típicos de luchadores profesionales. Además, se encontraron grilletes de hierro en los tobillos de uno de los individuos, sugiriendo que algunos eran esclavos o prisioneros forzados a la arena.
El descubrimiento clave proviene del análisis de un esqueleto en particular, que presenta marcas de mordida en la cadera compatibles con las de un león adulto. Expertos de la Universidad de York y la Universidad de Maynooth, en Irlanda, concluyeron que este hombre era un bestiarius, un tipo de gladiador especializado en enfrentamientos con bestias salvajes exóticas, posiblemente importadas de África u Oriente Medio para deleite de las multitudes. “En 30 años analizando esqueletos, nunca había visto marcas como estas”, declaró Malin Holst, lectora en osteoarqueología de la Universidad de York. “Esto confirma la presencia de leones y otros animales feroces en las arenas de ciudades como York, y cómo los gladiadores debían defenderse de una muerte atroz”.

Los hallazgos genéticos añaden otra capa de intriga. Un estudio genómico de 2016, realizado por científicos de la Universidad de York y el Trinity College de Dublín, analizó el ADN de siete esqueletos y reveló orígenes diversos: la mayoría eran locales de Britania, con lazos genéticos con Gales actual, pero uno provenía del Medio Oriente, posiblemente Siria o Turquía. Esto sugiere que los gladiadores de York eran un grupo multicultural, reclutado de todo el imperio, similar a la demografía de un cementerio gladiatorio en Éfeso, Grecia. “Eran como estrellas del deporte modernas: caros, entrenados y valorados, pero desechables en la arena”, explicó David Jennings, CEO del York Archaeological Trust.
El perfil demográfico del sitio –alto porcentaje de hombres adultos jóvenes con traumas violentos– descarta que fueran soldados o criminales comunes, apuntando directamente a gladiadores. York, una próspera ciudad romana conocida como Eboracum, albergaba eventos hasta el siglo IV, posiblemente en un anfiteatro aún por descubrir, y fue sede de figuras como el emperador Constantino, quien se proclamó en la ciudad en 306 d.C. Los dueños de estos luchadores, a menudo generales o políticos, les proporcionaban ofrendas funerarias para el más allá, como se evidencia en algunos sepulcros con regalos simbólicos.
Los investigadores continúan analizando restos, incluyendo isótopos estables y cálculo dental, para desentrañar más secretos. Como dijo Holst: “Estamos construyendo una imagen vívida de estos hombres, no solo como víctimas, sino como supervivientes en un mundo de ferocidad”. El yacimiento de Driffield Terrace sigue desafiando nuestra percepción de la Roma británica, recordándonos que la gloria y la sangre fluían por igual en las arenas del imperio.
Con información de York Archaeology


