Llevar una vida más sencilla y con menos consumo puede mejorar significativamente el bienestar personal. La “simplicidad voluntaria” implica reducir el gasto en bienes materiales y enfocarse en valores como el crecimiento personal, las relaciones sociales y el cuidado del medio ambiente.
Un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Otago y La Trobe University reveló que esta forma de vida, conocida como “simplicidad voluntaria”, implica reducir el gasto en bienes materiales y enfocarse en valores como el crecimiento personal, las relaciones sociales y el cuidado del medio ambiente.
La investigación, publicada en el Journal of Macromarketing, analizó datos de más de 1.600 personas en Nueva Zelanda. Usando escalas validadas para medir bienestar hedónico (placer y satisfacción) y eudaimónico (sentido de propósito y desarrollo personal), los científicos encontraron que quienes practican la simplicidad voluntaria reportan mayor felicidad y una vida más plena.
Además, el estudio identificó factores que influyen en esta relación. Por ejemplo, las personas mayores, mujeres y aquellas con ingresos más bajos tienden a beneficiarse más emocionalmente de este estilo de vida. Esto sugiere que consumir menos no solo ayuda al planeta, sino que también puede mejorar la calidad de vida, especialmente en ciertos grupos sociales.
Los investigadores utilizaron una escala reciente que mide seis dimensiones de la simplicidad voluntaria: consumir menos, usar recursos con cuidado, comprar local, producir alimentos propios, ayudar a la comunidad y equilibrar trabajo y vida personal. Esta es la primera vez que se aplica esta escala a una muestra representativa de la población general, lo que refuerza sus resultados.
Con información de Journal of Macromarketing
Comentario: El privilegio de elegir la sencillez
La idea de que “consumir menos puede hacernos más felices” ha ganado fuerza en contextos académicos y sociales, como lo muestra el estudio de Watkins et al. (2025). Sin embargo, esta afirmación no puede desligarse de la realidad económica de quienes la practican. Para muchas personas, reducir el consumo no es una elección consciente, sino una necesidad impuesta por la precariedad. En cambio, quienes ya han alcanzado cierto nivel de seguridad económica pueden permitirse “renunciar” a lo material sin comprometer su bienestar básico.
La simplicidad voluntaria, en ese sentido, puede convertirse en una forma de privilegio: es más fácil encontrar satisfacción en lo no material cuando ya se tiene acceso a salud, vivienda, educación y seguridad. El acto de “consumir menos” se transforma en una decisión estética, ética o espiritual, no en una autoimposición estructural.
Además, el estudio muestra que los beneficios emocionales de este estilo de vida son más evidentes en personas con ingresos bajos, lo cual parece contradictorio. Pero esto podría explicarse por el hecho de que, al adoptar valores como la autosuficiencia, la comunidad y el propósito, se resignifica la escasez como elección, lo que puede generar empoderamiento y bienestar psicológico.
En resumen: la simplicidad voluntaria puede ser transformadora, pero su impacto depende del contexto. Para que sea una opción real y equitativa, deben existir condiciones estructurales que permitan a todos elegir cómo vivir, sin que la sencillez sea sinónimo de carencia.
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