Hominidos cazando en las sabanas. Imagen: IA / prompt: Danny Ayala HinojosaHominidos cazando en las sabanas. Imagen: IA / prompt: Danny Ayala Hinojosa

Una doble adaptación conductual en nuestros ancestros les permitió consumir tubérculos de gramíneas pese a no tener dentaduras adaptadas para ello, y posteriormente consumieron proteína de animales sin tener adaptación física para ello.

Una nueva investigación liderada por la Universidad de Dartmouth y publicada en la revista Science proporciona la evidencia más clara del concepto del “impulso conductual” en la evolución humana. El estudio, basado en el análisis de isótopos en dientes fosilizados, revela que los primeros homínidos desarrollaron una predilección por consumir plantas herbáceas (gramíneas como pastos y juncos), ricas en carbohidratos, mucho antes de que sus estructuras dentales evolucionaran para masticarlas de manera eficiente.

El estudio examinó los isótopos de carbono y oxígeno en dientes fosilizados de homínidos, incluido el Australopithecus afarensis, y dos especies de primates extintas de la misma época. Los resultados sugieren que al menos tres linajes de primates del Plioceno realizaron esta transición dietética independiente hacia alimentos de pradera.

“Podemos afirmar con certeza que los homininos eran bastante flexibles en cuanto a su comportamiento y que esa era su ventaja,” afirmó Luke Fannin, antropólogo biológico de Dartmouth College y líder del estudio. Los hallazgos sugieren que el éxito evolutivo de los ancestros humanos pudo deberse a su capacidad de adaptación conductual a nuevos entornos (al expandirse de los bosques africanos a las praderas) a pesar de sus limitaciones físicas.

Los investigadores detectaron que las tres especies mostraron dietas vegetales similares hasta hace aproximadamente 2,3 millones de años. En ese punto, los isótopos en los dientes del Homo rudolfensis, un ancestro humano posterior, cambiaron bruscamente.

Este cambio indica una reducción en el consumo de gramíneas y un aumento en la ingesta de agua empobrecida en oxígeno, que se encuentra comúnmente en órganos vegetales subterráneos como tubérculos, bulbos y cormos. Estos órganos son utilizados por muchas gramíneas para almacenar grandes cantidades de carbohidratos.

“Proponemos que este cambio hacia los alimentos subterráneos fue un momento decisivo en nuestra evolución,” explicó Fannin. El acceso perenne a este “exceso de carbohidratos” habría proporcionado una fuente de energía constante, fundamental para la supervivencia.

Los dientes de los homininos, especialmente las muelas, se hicieron más pequeños y más largos a lo largo de milenios para adaptarse a una dieta de plantas.  Universidad de Dartmouth / Don Hitchcock, Fernando Losada Rodríguez.
Los dientes de los homininos, especialmente las muelas, se hicieron más pequeños y más largos a lo largo de milenios para adaptarse a una dieta de plantas. Universidad de Dartmouth / Don Hitchcock, Fernando Losada Rodríguez.

De pastos duros a proteína animal

Ya establecido que hace entre 4.8 y 3.4 millones de años, linajes de primates y los primeros homínidos comenzaron a consumir tubérculos como fuente de carbohidratos, a pesar de que sus molares no eran aptos para esta fibra. Primates posteriores – nuestros ancestros- hicieron un segundo cambio fundamental en la dieta: iniciaron el consumo de proteína animal.

El análisis del registro fósil posterior, especialmente en el género Homo (hace unos 2.5 a 1.8 millones de años), sugiere una segunda y vital transición: la inclusión de carne y médula ósea en la dieta.

La expansión en el entorno de la sabana, que ofrecía grandes presas muertas o carroña, creó una nueva oportunidad energética. Aunque sin garras ni colmillos de depredador, la necesidad de energía y proteínas de alta calidad impulsó el uso de herramientas de piedra para acceder a la médula ósea y la carne, especialmente a medida que el cerebro comenzaba a crecer.

Los expertos señalan que el cerebro de los homínidos posteriores, como el Homo habilis y el Homo erectus, comenzó a aumentar significativamente de tamaño. Este órgano consume una enorme cantidad de energía (hasta un 25% del metabolismo en humanos modernos). Las calorías y nutrientes de fácil acceso proporcionados por la carne (proteínas y lípidos) y los tubérculos (carbohidratos) se convirtieron en el combustible crítico para este desarrollo cerebral.

El desarrollo cerebral a su vez impulsó el pensamiento complejo y por tanto una mejor adquisición e proteínas, lo que a su vez mejoró aún más el desarrollo cerebral, fomentando un círculo virtuoso que convirtió eventualmente al ser humano posterior en un agente de modificación del ambiente, de producción de sus propios alimentos, de creación cultural y desarrollo científico.

En esencia, la adaptación conductual (aprender a despiezar, usar herramientas, y encontrar nuevas fuentes de alimento) precedió y forzó la adaptación física y mental.

Este hallazgo subraya que el camino hacia el Homo sapiens fue una serie de audaces experimentos alimentarios, donde la innovación para obtener energía superó la evolución de la biología.

Con información de Revista Science

By Danny Ayala Hinojosa

Director de Ciencia1.com Apasionado por la ciencia y la tecnología, los viajes y la exploración de ideas en general. Profesional en IT: aplicaciones web y análisis de datos. Hoy emprendiendo en periodismo digital.