En la urgente necesidad de movilizar recursos contra el cambio climático, la narrativa de las agencias globales están cometiendo el error fundamental de instrumentalizar el sufrimiento humano mientras reducen el papel del terrorismo y la persecución religiosa, para reforzar su agenda ambiental.
Un análisis de los informes de agencias globales revela una preocupante tendencia de reduccionismo causal que, irónicamente, desvía la atención de los verdaderos motores del sufrimiento humano: la violencia política y las fallas de gobernanza.
Tomemos el caso de Hawali Oumar, víctima de Boko Haram, presentado en un artículo de UNHCR cuya historia comienza con un acto brutal de terror: “Asesinaron a su padre, incendiaron su vecindario y lo enviaron corriendo por su vida. Reuniendo a tantos miembros de la familia como pudo encontrar, Hawali Oumar huyó de su ciudad natal de Baga, en el noreste de Nigeria, para escapar de los asesinos de Boko Haram.” Este es el motivo del desplazamiento. Sin embargo, el texto rápidamente cambia el foco, no al asesino, sino al encogimiento del Lago Chad, culpando al “cambio climático” y la “irrigación no regulada”.
Esta maniobra retórica no es inocente. Al redefinir a una víctima del terrorismo como una “víctima del clima”, se cometen dos fallos críticos:
La dilución de la responsabilidad criminal
El primer fallo es la instrumentalización del conflicto. Al utilizar el clima como un “villano global” conveniente, se diluye la responsabilidad directa de grupos terroristas como Boko Haram o Al-Shabab. La violencia deliberada y la extorsión política son la causa inmediata y legal del asilo. El clima, aunque es un contexto de vulnerabilidad, se convierte en un factor determinista en lugar de una variable contextual.
Esto produce consecuencias serias, pues convierte una crisis de derechos humanos, de seguridad global y justicia en un simple problema de gestión de recursos hídricos. Es más fácil y políticamente menos comprometedor pedir donaciones para regalar redes de pesca que llevar a los perpetradores rendir cuentas a la justicia.
La elusión de la responsabilidad
El error más profundo es la elusión de la responsabilidad. Al culpar al cambio climático, las agencias desvían la atención de las fallas institucionales en países como Nigeria o Somalia. Es inaceptable que se promueva una visión simplificada del conflicto como una mera “competencia por recursos” exacerbada por la sequía, ignorando las complejas ideologías de odio, la corrupción endémica y los legados de inestabilidad política que alimentan estas guerras.
Al centrar el debate en la adaptación ambiental, se evita la conversación incómoda sobre por qué las estructuras de gobernanza colapsan y por qué los ciudadanos quedan a merced de grupos armados. Es una forma de excusar la ineficacia institucional y la corrupción bajo el paraguas de un fenómeno natural global.
El mandato ético es innegociable
La vulnerabilidad de las poblaciones desplazadas ante los fenómenos ambientales es innegable. Los fenómenos naturales pueden agravar las condiciones de pobreza. Sin embargo, cuando la historia de una persona comienza con el asesinato de su padre y la quema de su hogar, el mandato ético exige nombrar la causa primordial: la persecución y el terror.
Las agencias humanitarias deben trabajar en un marco que reconozca la complejidad: el clima es un contexto, pero el terrorismo islamista es la causa. Solo abordando las causas políticas, sociales y criminales del desplazamiento, podremos ofrecer una respuesta honesta y verdaderamente integral a las tragedias que golpean a la humanidad. Instrumentaliza el sufrimiento es un atajo peligroso que, a largo plazo, socava la justicia y la rendición de cuentas.

