Un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Iowa revela que la exposición a insecticidas durante la adolescencia podría alterar el desarrollo cerebral y aumentar el riesgo de trastornos psiquiátricos.
La investigación, publicada como preprint en bioRxiv, revisó 50 estudios en roedores y encontró efectos preocupantes en la memoria, el comportamiento y la salud neuronal.
La adolescencia es una etapa crítica para el desarrollo del cerebro. Durante este periodo, se remodelan circuitos que regulan la emoción, la conducta y la cognición. Según el estudio, esta sensibilidad hace que el cerebro adolescente sea especialmente vulnerable a sustancias tóxicas como los insecticidas, que están presentes en alimentos, aire y superficies domésticas.
Los investigadores analizaron estudios en ratones y ratas expuestos a insecticidas entre los días postnatales 21 y 60, equivalente a la adolescencia humana. Se evaluaron efectos en cuatro áreas: memoria y aprendizaje, comportamiento emocional, cambios biológicos en el cerebro y síntomas generales de toxicidad como temblores o convulsiones.
¿Qué encontraron?
- Problemas de memoria y aprendizaje: Los roedores expuestos a insecticidas como organofosforados y piretroides mostraron dificultades en pruebas de laberintos y reconocimiento de objetos.
- Cambios en el comportamiento: Se observaron signos de depresión, ansiedad y alteraciones en la actividad motora. Algunos insecticidas aumentaron la inmovilidad en pruebas de desesperanza, mientras que otros afectaron la impulsividad.
- Alteraciones biológicas: Se detectaron daños en neurotransmisores como la acetilcolina y la dopamina, estrés oxidativo, inflamación cerebral y muerte celular. Estos cambios están relacionados con enfermedades como la depresión, el TDAH y trastornos neurodegenerativos.
- Síntomas tóxicos generales: Convulsiones, temblores y reflejos alterados fueron comunes, especialmente con dosis altas.
La Dra. Hanna E. Stevens, autora principal, señala que “la adolescencia es una ventana crítica para el desarrollo cerebral, y los insecticidas pueden interrumpir procesos clave que afectan la salud mental a largo plazo”. Además, advierte que muchos estudios usan dosis altas poco representativas de la exposición cotidiana, por lo que urge investigar efectos de dosis bajas y crónicas.
También se destaca la necesidad de estudiar diferencias entre sexos. En los estudios revisados, los machos mostraron mayor vulnerabilidad a efectos agudos, mientras que las hembras fueron más sensibles a dosis bajas y efectos tardíos.
Los autores recomiendan que futuras investigaciones modelen exposiciones reales, considerando dosis, frecuencia y vías de contacto comunes en adolescentes. Esto permitiría diseñar estrategias de prevención y políticas públicas para reducir el riesgo de trastornos mentales en jóvenes.
Con información de bioRxiv
