Durante décadas, los científicos se han preguntado cómo las aves migratorias logran orientarse a lo largo de miles de kilómetros sin perder el rumbo. La respuesta parecía estar escondida en algún lugar de su cuerpo, pero las hipótesis eran variadas: algunos apuntaban a la retina, otros al pico, y otros al oído. Ahora, un equipo de investigadores de Alemania y Austria ha dado un paso decisivo: descubrieron que el oído interno de las palomas es la clave para percibir el campo magnético de la Tierra.
El estudio, publicado en la revista Science, utilizó técnicas avanzadas de mapeo cerebral y secuenciación genética. Los científicos expusieron a las aves a un campo magnético ligeramente más intenso que el terrestre y analizaron cómo respondía su cerebro. Los resultados fueron sorprendentes: la actividad neuronal relacionada con los campos magnéticos se localizó en la región cerebral que recibe información del sistema vestibular, el mismo que regula el equilibrio y la percepción de aceleraciones.
David Keays, líder del equipo en la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich, explicó: “Nos preguntamos, ¿existe este mecanismo en palomas? Y sí, existe”. Según Keays, las células del oído interno mostraron una alta prevalencia de proteínas sensibles a cambios electromagnéticos. Esto significa que las palomas poseen un sistema biológico capaz de detectar el campo magnético terrestre, como si tuvieran una brújula incorporada.
Este hallazgo revive una teoría propuesta en 1882 por el naturalista francés Camille Viguier, quien sugirió que el oído interno podría generar pequeñas corrientes eléctricas en presencia de campos magnéticos. Su idea fue ignorada durante décadas, pero ahora la ciencia parece darle la razón.
Eric Warrant, investigador de biología sensorial en la Universidad de Lund, valoró el descubrimiento como un avance histórico: “Esta es probablemente la demostración más clara de las vías neuronales responsables del procesamiento magnético en cualquier animal”.
Además, el experimento se repitió en completa oscuridad, descartando la necesidad de luz para la percepción magnética. Esto contradice la hipótesis de que la retina sería el órgano principal de la magnetorrecepción. Keays reconoció: “Esto parece contradecir el modelo basado en la retina”, aunque señaló que en otras especies podría existir un sistema alternativo dependiente de la luz.
El hallazgo no solo aclara un misterio biológico, sino que abre nuevas preguntas. ¿Podrían otros animales, como murciélagos o tortugas marinas, tener mecanismos similares? Los investigadores sugieren que distintas especies podrían haber desarrollado soluciones independientes para orientarse con el campo magnético terrestre.
Más allá de la curiosidad científica, este descubrimiento tiene implicaciones prácticas. Comprender cómo funciona la magnetorrecepción podría inspirar nuevas tecnologías de navegación biológica, sin necesidad de GPS. También ayuda a entender mejor la evolución de los sentidos y cómo la naturaleza ha resuelto el desafío de moverse en un planeta con un campo magnético invisible pero omnipresente.
En palabras de Keays: “La actividad neuronal relacionada con los campos magnéticos se localizó en el sistema vestibular de las palomas. Es una evidencia concluyente”.
La ciencia, una vez más, demuestra que incluso los animales más comunes esconden secretos extraordinarios. Las palomas, que muchos ven como habitantes rutinarios de las plazas, resultan ser maestras de la orientación gracias a un oído interno que funciona como brújula natural.

